Marx, K. (2011)
El Capital. Crítica de la economía política. Tomo I. Libro 1. Proceso de
producción capitalista. LOM. Santiago de Chile. pp. 83-95.
Una mercancía parece ser a primera vista, una
cosa trivial y comprensible de por sí. De su análisis resulta que es un objeto
muy complicado, lleno de sutilezas metafísicas y reticencias teológicas. En
cuanto valor de uso no hay nada de misterioso en ella, ya la consideremos desde
el punto de vista de que gracias a sus propiedad satisface necesidades humanas,
o de que obtiene dichas propiedades solo como producto del trabajo humano.
(...) Pero no bien entra en escena como mercancía, se transforma en cosa
sensorialmente suprasensible. Ya no solo tiene sus pies sobre la tierra, sino
que pone de cabeza frente a las demás mercancías y de su cabeza de palo brotan
caprichos mucho más extravagantes que si de su propia determinación se lanzara
a bailar.
El carácter místico de la mercancía no
proviene, por tanto, de su valor de uso. Tampoco surge del contenido de las
determinaciones del valor.
Las relaciones entre los productores, en las
cuales se hacen efectivas dichas determinaciones sociales de sus trabajos,
adoptan unos para los otros, su trabajo adquiere una forma social.
Lo misterioso de la forma mercantil,
entonces, consiste, simplemente, en que ésta refleja ante los hombres los
caracteres sociales de su propio trabajo como caracteres materiales de los
productos del trabajo, propiedades sociales naturales de dichas cosas; y, por
tanto, en que también refleja la relación social de los productores con
respecto al trabajo total como una relación social de objetos, existente fuera
de ellos. (...) Solo es la relación social determinada por los mismos hombres
la que adopta aquí para ellos la forma fantasmagórica de una relación entre
cosas. Por eso, para encontrar analogía debemos buscar amparo en la nebulosa
región del mundo religioso. Aquí los productos de la mente humana aparecen como
imágenes autónomas dotadas de vida propia, relacionadas entre sí y con los
hombres. Algo parecido ocurre en el mundo de las mercancías con los productos
de la mano humana. Esto es lo que llamo fetichismo, que se adhiere a los
productos del trabajo no bien estos son producidos como mercancías (...).
Como los productores solo entran en contacto
social a través del intercambio de los productos de su trabajo, los caracteres
específicamente sociales de sus trabajos privados se manifiestan únicamente
dentro de ese intercambio (...) De ahí que a los productores les parezcan las
relaciones sociales de sus trabajos privados como lo que son, es decir, no como
relaciones directamente sociales establecidas entre las personas en sus propios
trabajos, sino más bien como relaciones cosificadas entre personas y relaciones
sociales entre cosas.
Esta escisión del producto del trabajo en
cosa útil y cosa de valor solo se efectiviza, en la práctica, cuando el
intercambio ha adquirido extensión e importancia suficientes como para que se
produzcan cosas útiles para el intercambio (...) los trabajos de los
productores adquieren un doble carácter social: (1) en cuanto trabajo útiles
determinados deben satisfacer determinada necesidad social y acreditarse así
como eslabones del trabajo total, del sistema espontaneo de la división social
del trabajo. (2) solo satisfacen las múltiples necesidades de sus propios
productores en la medida que todo trabajo privado particular útil es cambiable
por toda otra clase de trabajos (equivalentes).
(los productores) Al igualar entre sí en el intercambio
como valores sus productos heterogéneos, equiparan recíprocamente sus diversos
trabajos como trabajo humano. No lo saben, pero lo hacen. El valor no lleva,
pues, escrito en la frente lo que es. Más bien, el valor convierte todo
producto del trabajo en un jeroglífico social. Posteriormente, los hombres
tratan de descifrar el sentido del jeroglífico, de descubrir el secreto de su
propio producto social (...).
Lo que interesa ante todo en la práctica a
quienes intercambian mercancías, es saber cuántos productos ajenos obtendrán
por el suyo propio, en que proporciones, pues, se cambian los productos. (...)
Estas proporciones varían constantemente, independientes de la voluntad,
conocimiento y acción de quienes participan en el intercambio. Su propio
movimiento social posee para ellos la forma de un movimiento de cosas, bajo
cuyo control se encuentra, en vez de controlarlo. Se necesita una producción
mercantil plenamente desarrollada antes que a partir de la experiencia misma
surja la comprensión científica de esta situación. (...) La determinación de la
magnitud del valor por el tiempo de trabajo es, pues, un secreto escondido bajo
el movimiento manifiesto de los valores relativos de las mercancías.
La reflexión acerca de las formas de la vida
humana (...) toma generalmente un camino opuesto al desarrollo real. Comienza post festum y, por ello, de los
resultados acabados del proceso de desarrollo. (...) Es precisamente esta forma
acabada del mundo mercantil - la forma dinero- la que encubre materialmente, en
vez de revelarlo, el carácter social de los trabajos privados y, por tanto, las
relaciones sociales entre los productores privados.
Todo el misticismo del mundo mercantil, toda
la magia y brujería que envuelven los productos del trabajo basados en la
producción mercantil, desaparecen pues, de inmediato, no bien nos desplazamos a
otras formas de producción.
*Como la economía política gusta de
robinsonadas en la pp. 89 Marx da un ejemplo de robinsón en su isla. Luego da
un ejemplo del Medioevo en donde "las relaciones de dependencia personal
constituyen la base social dada, los trabajos y los productos no necesitan
adoptar una imagen fantástica, distinta de su realidad. Después un ejemplo
"cercano" de la industrial patriarcal rural de una familia campesina
y por último "una asociación de hombres libres que trabajan con medios de
producción colectivos y gastan de manera consciente sus numerosas fuerzas de
trabajo individuales como una fuerza de trabajo social" (90).
Aquellos antiguos organismos sociales de
producción son muchísimo más simples y transparentes que el burgués, pero o
bien se basan en la inmadurez del hombre individual, aún no liberado del cordón
umbilical de su conexión natural genérica con los demás, o bien en sus
relaciones directas de señorío y vasallaje. Dichos organismos están
condicionados por un bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Esta
limitación real se refleja de un modo ideal en las antiguas religiones
naturales y religiones populares. El reflejo religioso del mundo real solo
puede desaparecer, en general, cuando las condiciones de la vida práctica,
cotidiana, representan para los hombres día a día vínculos sensatos y
transparentes entre ellos y con la naturaleza.
Hasta que punto una parte de los economistas
se deja confundir por el fetichismo adherido al mundo de las mercancías, o sea,
la apariencia objetiva de las determinaciones sociales del trabajo, lo
demuestra, entre otras cosas, la tediosa y absurda controversia sobre el papel
que desempeñaría la naturaleza en la creación de valor de cambio.
El valor de uso de las cosas se realiza para
los hombres, sin intercambio, o sea, en una relación directa entre la cosa y el
hombre; su valor, por el contrario, solo se realiza en el intercambio, esto es,
en un proceso social.
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