lunes, 7 de septiembre de 2015

El carácter fetichista de la mercancía y su secreto - Marx - Resumen





Marx, K. (2011) El Capital. Crítica de la economía política. Tomo I. Libro 1. Proceso de producción capitalista. LOM. Santiago de Chile. pp. 83-95.

Una mercancía parece ser a primera vista, una cosa trivial y comprensible de por sí. De su análisis resulta que es un objeto muy complicado, lleno de sutilezas metafísicas y reticencias teológicas. En cuanto valor de uso no hay nada de misterioso en ella, ya la consideremos desde el punto de vista de que gracias a sus propiedad satisface necesidades humanas, o de que obtiene dichas propiedades solo como producto del trabajo humano. (...) Pero no bien entra en escena como mercancía, se transforma en cosa sensorialmente suprasensible. Ya no solo tiene sus pies sobre la tierra, sino que pone de cabeza frente a las demás mercancías y de su cabeza de palo brotan caprichos mucho más extravagantes que si de su propia determinación se lanzara a bailar.

El carácter místico de la mercancía no proviene, por tanto, de su valor de uso. Tampoco surge del contenido de las determinaciones del valor.

Las relaciones entre los productores, en las cuales se hacen efectivas dichas determinaciones sociales de sus trabajos, adoptan unos para los otros, su trabajo adquiere una forma social.

Lo misterioso de la forma mercantil, entonces, consiste, simplemente, en que ésta refleja ante los hombres los caracteres sociales de su propio trabajo como caracteres materiales de los productos del trabajo, propiedades sociales naturales de dichas cosas; y, por tanto, en que también refleja la relación social de los productores con respecto al trabajo total como una relación social de objetos, existente fuera de ellos. (...) Solo es la relación social determinada por los mismos hombres la que adopta aquí para ellos la forma fantasmagórica de una relación entre cosas. Por eso, para encontrar analogía debemos buscar amparo en la nebulosa región del mundo religioso. Aquí los productos de la mente humana aparecen como imágenes autónomas dotadas de vida propia, relacionadas entre sí y con los hombres. Algo parecido ocurre en el mundo de las mercancías con los productos de la mano humana. Esto es lo que llamo fetichismo, que se adhiere a los productos del trabajo no bien estos son producidos como mercancías (...).

Como los productores solo entran en contacto social a través del intercambio de los productos de su trabajo, los caracteres específicamente sociales de sus trabajos privados se manifiestan únicamente dentro de ese intercambio (...) De ahí que a los productores les parezcan las relaciones sociales de sus trabajos privados como lo que son, es decir, no como relaciones directamente sociales establecidas entre las personas en sus propios trabajos, sino más bien como relaciones cosificadas entre personas y relaciones sociales entre cosas.

Esta escisión del producto del trabajo en cosa útil y cosa de valor solo se efectiviza, en la práctica, cuando el intercambio ha adquirido extensión e importancia suficientes como para que se produzcan cosas útiles para el intercambio (...) los trabajos de los productores adquieren un doble carácter social: (1) en cuanto trabajo útiles determinados deben satisfacer determinada necesidad social y acreditarse así como eslabones del trabajo total, del sistema espontaneo de la división social del trabajo. (2) solo satisfacen las múltiples necesidades de sus propios productores en la medida que todo trabajo privado particular útil es cambiable por toda otra clase de trabajos (equivalentes).

(los productores) Al igualar entre sí en el intercambio como valores sus productos heterogéneos, equiparan recíprocamente sus diversos trabajos como trabajo humano. No lo saben, pero lo hacen. El valor no lleva, pues, escrito en la frente lo que es. Más bien, el valor convierte todo producto del trabajo en un jeroglífico social. Posteriormente, los hombres tratan de descifrar el sentido del jeroglífico, de descubrir el secreto de su propio producto social (...).

Lo que interesa ante todo en la práctica a quienes intercambian mercancías, es saber cuántos productos ajenos obtendrán por el suyo propio, en que proporciones, pues, se cambian los productos. (...) Estas proporciones varían constantemente, independientes de la voluntad, conocimiento y acción de quienes participan en el intercambio. Su propio movimiento social posee para ellos la forma de un movimiento de cosas, bajo cuyo control se encuentra, en vez de controlarlo. Se necesita una producción mercantil plenamente desarrollada antes que a partir de la experiencia misma surja la comprensión científica de esta situación. (...) La determinación de la magnitud del valor por el tiempo de trabajo es, pues, un secreto escondido bajo el movimiento manifiesto de los valores relativos de las mercancías.

La reflexión acerca de las formas de la vida humana (...) toma generalmente un camino opuesto al desarrollo real. Comienza post festum y, por ello, de los resultados acabados del proceso de desarrollo. (...) Es precisamente esta forma acabada del mundo mercantil - la forma dinero- la que encubre materialmente, en vez de revelarlo, el carácter social de los trabajos privados y, por tanto, las relaciones sociales entre los productores privados.

Todo el misticismo del mundo mercantil, toda la magia y brujería que envuelven los productos del trabajo basados en la producción mercantil, desaparecen pues, de inmediato, no bien nos desplazamos a otras formas de producción.

*Como la economía política gusta de robinsonadas en la pp. 89 Marx da un ejemplo de robinsón en su isla. Luego da un ejemplo del Medioevo en donde "las relaciones de dependencia personal constituyen la base social dada, los trabajos y los productos no necesitan adoptar una imagen fantástica, distinta de su realidad. Después un ejemplo "cercano" de la industrial patriarcal rural de una familia campesina y por último "una asociación de hombres libres que trabajan con medios de producción colectivos y gastan de manera consciente sus numerosas fuerzas de trabajo individuales como una fuerza de trabajo social" (90).

Aquellos antiguos organismos sociales de producción son muchísimo más simples y transparentes que el burgués, pero o bien se basan en la inmadurez del hombre individual, aún no liberado del cordón umbilical de su conexión natural genérica con los demás, o bien en sus relaciones directas de señorío y vasallaje. Dichos organismos están condicionados por un bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Esta limitación real se refleja de un modo ideal en las antiguas religiones naturales y religiones populares. El reflejo religioso del mundo real solo puede desaparecer, en general, cuando las condiciones de la vida práctica, cotidiana, representan para los hombres día a día vínculos sensatos y transparentes entre ellos y con la naturaleza.

Hasta que punto una parte de los economistas se deja confundir por el fetichismo adherido al mundo de las mercancías, o sea, la apariencia objetiva de las determinaciones sociales del trabajo, lo demuestra, entre otras cosas, la tediosa y absurda controversia sobre el papel que desempeñaría la naturaleza en la creación de valor de cambio.


El valor de uso de las cosas se realiza para los hombres, sin intercambio, o sea, en una relación directa entre la cosa y el hombre; su valor, por el contrario, solo se realiza en el intercambio, esto es, en un proceso social. 

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